Tuesday, March 30, 2010

Recordemos...

A medida que nos acercamos al Triduo pascual, debemos recordar por quién es que vivimos. Vivimos para el que murió por nosotros. Cristo bajó del cielo a sufrir y a morir por nosotros. No meditamos sobre este amor. Nosotros los cristianos sabemos que somos un pueblo libre, pero nos hemos olvidado que nuestra libertad se pagó a un precio grande.

"I
nsultado, no devolvía los insultos, y maltratado, no amenazaba, sino que se encomendaba a Dios que juzga justamente. El cargó en su cuerpo con nuestros pecados en el madero de la cruz, para que, muertos a nuestros pecados, empezáramos una vida santa. Y sus heridas nos han sanado. ". (1 Pedro 2, 23-24)

Como cristianos, debemos de recordar siempre que Jesús ha muerto por amor a nosotros. Lo único que quiere a cambio es nuestro amor. Que realmente le amemos a Él, y a todos nuestros hermanos y hermanas en este mundo y en el próximo.

Que podamos recordar este Viernes Santo quién fue que murió: el amor de Dios vivo... Jesucristo.

Monday, March 22, 2010

Las Sagradas Escrituras: Palabra de Dios

 En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf. DV 24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). "En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (DV 21).
- Catecismo de la Iglesia Católica #104


El cristiano debe leer y estudiar las Sagradas Escrituras. El Catecismo dice que es nuestro "alimento y [nuestra] fuerza." La Biblia nos conduce hacia la Palabra de Dios: Jesucristo, la palabra de Dios encarnada. En ella vemos a Dios Padre saliendo hacia un encuentro con nosotros, en donde se revela como un padre amoroso con un mensaje de salvación para sus hijos e hijas. No esperemos hasta el domingo para escuchar la Palabra de Dios en un sermón o una homilía. Empecemos a abrir nuestras Biblias en espíritu de oración y amor hacia el Padre que nos ama. Las Escrituras nos hablan de nuestro más grande amor; Cristo. Si tenemos tiempo de ver televisión y prestar atención a todos los escándalos de las celebridades, entonces tenemos tiempo para establecer una relación con  Jesús, escuchando lo que nos dice a través de su palabra. 

Comunicar el Evangelio





(publicado en «Religión en libertad», www.religionenlibertad.com, 9-IX-2008)


Entre personas, «comunicar» no quiere decir «pasar» un mensaje como se pasa un paquete, o transmitirlo como se transmite el impulso eléctrico. Comunicar es acción de poner, más aún, ponerse en comunión: unirse con otros en aquello de lo que se participa.

La comunicación es acción que une. Por eso afecta al que comunica (puede hacerlo con alegría y esperanza o con miedo y preocupación) y al que recibe esa comunicación, que tiene su dignidad y libertad. Comunicar es algo más que informar asépticamente (si es que esto es posible). Significa inaugurar una realidad en la vida personal y social de otros. La comunicación implica siempre interpretación, pero debe oponerse al engaño y a la manipulación. Busca servir a la verdad con los medios que el comunicador dispone, a partir de su buen entender y hacer, en un esfuerzo frecuentemente innovador y en ocasiones arriesgado.

Evangelio quiere decir «buena noticia». En perspectiva cristiana, la buena noticia de un Dios –el único Dios vivo y verdadero– que se manifestó en Jesús de Nazaret como el Dios del amor y de la vida, que dialogó con las personas de su tierra y de su tiempo, a la vez que les abrió horizontes insospechados de una vida plena de sentido. Dios mismo, comunicador por excelencia, quiere seguir extendiendo el Evangelio. Un conocimiento que, como ha escrito Benedicto XVI, cambia la vida en dirección a la plenitud y la alegría. Ahora bien, ¿comunicamos el Evangelio?

Dios, al manifestarse a los hombres, lo hace afirmando la dignidad, la libertad, las circunstancias de cada persona en su contexto social. La Buena noticia del Evangelio debe comunicarse a cada persona teniendo en cuenta cómo es y como vive, con sus anhelos y preocupaciones.

Comunicar el Evangelio no es tarea exclusiva de los pastores de la Iglesia, ni sólo de los profesionales de las publicaciones o los medios de comunicación de contenido religioso. Es tarea de todo cristiano, que puede y debe realizar continuamente cada día, tomando ocasión del trabajo, de las relaciones familiares y sociales. Quien está convencido de que tiene lo mejor, aspira a comunicarlo, comenzando por las personas que más aprecia. No se lo plantea como un añadido artificial o una enojosa obligación, sino que surge naturalmente, porque el bien, decían los clásicos, es difusivo «de suyo». Sin embargo, en la práctica, necesita el impulso de la oración y de los sacramentos, para seguir recibiendo esa luz y esa vida que no viene de uno mismo, pero que transforma la propia existencia y clama por hacerse Vida en otros. Sólo así, en palabras de Benedicto XVI, se puede «abrir el corazón y el mundo a Dios».

Abrirse a Dios es encontrar en Él el amor que es capaz de hacer nuevas todas las cosas. Una alegría que pide abrirse a los demás, comenzando por los que están cerca (la propia familia, los amigos, los vecinos y conciudadanos): llevar la luz y el bien a cualquier persona hasta el último rincón del mundo, cada cristiano en y desde el rincón que ocupa. Y lo hace, como lo plantea el Evangelio, que es creativo y exigente, sin olvidar que también es yugo suave y carga ligera para quien va con Cristo. Como les dijo el Papa a los jóvenes en Sydney, la vida cristiana no se compagina con el culto a los ídolos (como la codicia, el amor posesivo y la explotación de la tierra), las respuestas parciales y el conformismo.

Al mismo tiempo, comunicar el Evangelio –involucrarse en el apostolado cristiano– implica una preocupación especial, prioritaria, por el bien material y espiritual de los más pobres y necesitados, desde los no nacidos hasta los ancianos y enfermos, los débiles, los oprimidos y los marginados, aunque nos saque de nuestros planes o de nuestra comodidad. Y donde no hay esa preocupación, se puede decir que falta algo muy importante, esencial al Evangelio.

En definitiva, comunicar el Evangelio es un gustoso y urgente deber de los cristianos. La mayoría de las veces se lleva a cabo sencillamente, a través de la amistad. Y lo que se comunica es la propia experiencia de la vida con Cristo. Se ofrece sinceramente como diálogo, porque el Evangelio sólo se puede comunicar en la disposición a aprender y enriquecerse con las aportaciones válidas de los demás. Se apoya en la convicción de que la fe cristiana tiene capacidad para configurar y renovar la existencia de las personas y las comunidades. Es una propuesta vital (testimonio y palabra), abierta a la verdad más profunda de las personas: su dignidad de hijos de Dios. Es una propuesta capaz de explicar “las razones” de la esperanza (lo que requiere una formación constante y adecuada a las propias circunstancias). Una propuesta que vive de la Eucaristía (especialmente de la misa del domingo) y se autentifica cada día en el servicio a todos, combatiendo la injusticia, dentro y fuera de uno mismo. 

Jesus anda sobre el mar

"Al anochecer, descendieron sus discípulos al mar, y entrando en una barca, iban cruzando el mar hacia Capernaum. Estaba ya oscuro, y Jesús no había venido a ellos.Y se levantaba el mar con un gran viento que soplaba.Cuando habían remado como veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se acercaba a la barca; y tuvieron miedo. Mas él les dijo: Yo soy; no temáis. Ellos entonces con gusto le recibieron en la barca, la cual llegó en seguida a la tierra adonde iban."
                                 - Juan 6:16-21


A veces en nuestras vidas, nos encontramos en un lugar oscuro y solitario. Hay veces que  embarcamos en una jornada hacia la espiritualidad interna, y vemos que somos incapaces de cambiar nuestras vidas y seguir el camino correcto. En estos momentos nos deprimimos y hasta nos olvidamos de nuestra meta, que es entrar en una relación con Cristo profundamente. El Señor viene a nosotros en esa oscuridad y depresión. Él tranquiliza la tormenta de nuestros pecados y nos calma, diciendo, “Yo soy; no temáis.”
 Cuando dejamos a Cristo obrar en nuestras vidas, lo dejamos entrar a nuestras “barcas,” entonces logramos nuestra meta. En la vida espiritual, progresamos solamente con Cristo y para Cristo. Dejemos de contar con nosotros mismos, y empecemos a contar en Cristo, porque los que cuentan en el llegan en seguida a la tierra adonde [embarcaban].”